En política, como en la vida, saber decir «no» es una virtud. Una que, por desgracia, está en peligro de extinción. La gestión política exige personas valientes, con criterio y con la madurez suficiente para poner límites, marcar líneas rojas y ejercer su responsabilidad con coherencia. Sin embargo, vivimos tiempos en los que la comodidad del «sí» generalizado, el miedo a la confrontación y el cálculo político se imponen al deber de actuar con verdad y rigor.
Decir «no» es gobernar con responsabilidad
Un responsable público no está para agradar a todos, sino para tomar decisiones. Y eso implica, inevitablemente, decepcionar a algunos. Hay que tener el valor de explicar a la ciudadanía cuáles son las competencias reales de una administración, qué cosas no se pueden hacer desde un ayuntamiento o una comunidad autónoma, y qué otras dependen de instancias superiores. No se trata de escudarse en el «no es competencia mía», sino de hablar con claridad, sin generar falsas expectativas.
Ejemplos claros de una política sin límites. Basta mirar la actualidad para ver las consecuencias de no saber decir no:
Cesión total a exigencias de socios de gobierno. En gobiernos de coalición, por miedo a romper pactos o generar conflicto, se aprueban medidas que van en contra del programa inicial o del interés general. Se prioriza la supervivencia política sobre la coherencia. Nadie dice: “no vamos a ceder más de lo que podemos asumir con responsabilidad”.
Contrataciones públicas a dedo o sin criterios técnicos claros. Presiones políticas para contratar a ciertas empresas o perfiles “afines” sin valorar realmente si son los más capacitados. Nadie pone el freno, y al final los proyectos se retrasan o fracasan. Falta alguien que diga: “no, esto no se puede hacer así”.
No decir no a uno mismo. Cuando un cargo público se empeña en asumir más funciones de las que puede gestionar, por orgullo o por necesidad de protagonismo, y termina perjudicando el funcionamiento de su área. No supo decirse a sí mismo: “no puedo con todo”.
Claves para aprender a decir «no» con sentido político
Conoce tu marco competencial: La base para decir no con autoridad es saber con claridad qué puedes y qué no puedes hacer desde tu nivel de gobierno.
Sé pedagógico: Explica a la ciudadanía por qué algo no se puede hacer, y plantea alternativas reales. La honestidad genera más confianza que el populismo.
Identifica tus prioridades: No todo puede hacerse a la vez. Decir «no ahora» puede ser la única forma de decir «sí» a lo urgente e importante.
Defiende la institución, no la imagen personal: A veces decir no implica asumir un coste político, y fortalece a largo plazo la credibilidad del cargo público.
Haz del límite una oportunidad: Poner límites no es una renuncia, es un ejercicio de responsabilidad. El límite bien explicado genera alianzas, no rupturas.
Decir no también es cuidar al equipo
Saber decir “no” no es solo una herramienta para relacionarse con la ciudadanía o con otros niveles de gobierno: también es una forma de cuidar la salud interna de un equipo de gobierno. Los equipos que funcionan bien no son los que nunca discuten, sino aquellos que se atreven a confrontar ideas, a detectar errores y a corregir rumbos sin miedo a herir sensibilidades personales.
En política, el silencio cómodo muchas veces encubre decisiones erróneas. No poner límites a tiempo o no decir “no” cuando alguien se equivoca puede tener consecuencias graves. Las decisiones individuales, cuando no están bien fundamentadas o se toman sin coordinación, afectan al conjunto del equipo. La mala gestión de un miembro del equipo de gobierno puede arrastrar la imagen de todo el gobierno local o incluso frenar proyectos estratégicos de otras concejalías que sí están funcionando.
Decir “no” a tiempo también es una forma de proteger al compañero que, por exceso de confianza, falta de preparación o presión externa, toma una decisión que no es viable. Evitar la confrontación sólo para mantener la paz aparente es un error. La lealtad verdadera no se demuestra con silencios cómplices, sino con la capacidad de advertir cuando algo va mal y proponer correcciones.
Tampoco se puede permitir que quien no asume su responsabilidad termine proyectando su error sobre el resto del equipo. Un político honesto sabe reconocer sus límites, pedir ayuda y aceptar un “no” sin convertirlo en una amenaza personal. La política no es un escaparate de egos, sino un trabajo colectivo. Y en ese trabajo, el equilibrio del equipo se mantiene cuando hay confianza suficiente para decir: “esto no lo estás haciendo bien” o “esto perjudica al resto”.
Decir “no” también es exigir responsabilidad, rendición de cuentas y coherencia dentro del propio gobierno. Porque cuando uno no asume sus errores, todo el equipo paga el precio. Y en política, ese precio lo terminan pagando los ciudadanos.
La política necesita más valentía para decir «no». Decirlo con respeto, con argumentos, con visión de servicio público. Porque gobernar no es gustar a todos, es tomar decisiones para el bien común. Y eso, muchas veces, empieza por decir con firmeza: “hasta aquí”.
¿Y tú, político que dudas, tienes el valor de poner límites? ¿O seguirás diciendo «sí» por no incomodar a nadie? O ¿seguirás callado, por lo mismo? La verdadera transformación empieza por ahí.