Durante seis horas, España estuvo a oscuras en más de un sentido. El problema no fue solo eléctrico. Fue, sobre todo, de comunicación. En plena crisis energética, cuando millones de personas esperaban una respuesta clara y útil, lo que recibieron fueron discursos altisonantes, tardíos y vacíos.
El presidente del Gobierno compareció dos veces. En la primera dijo que “no se descartaba ninguna hipótesis”. En la segunda, casi a las once de la noche, habló de gigavatios perdidos sin explicar qué había pasado, por qué había pasado y qué se estaba haciendo para evitar que pasara de nuevo. Nada. Ningún mensaje concreto, ninguna acción clara. Solo frases huecas en tono solemne.
Cuando una crisis estalla, lo que se espera de un líder no es grandilocuencia ni dramatismo. Se espera información. Y se espera confianza. Aunque, la confianza no se improvisa, se construye con mensajes claros, tiempos adecuados y un lenguaje cercano. Nada de eso ocurrió en este caso.
A la escenografía le faltó autenticidad y le sobró teatralidad. Gestos neutros, pausas estudiadas, tono pomposo, fatuo y hueco. El resultado: un país desinformado durante horas y un liderazgo que no transmitió, ni control, ni calma. Mientras tanto, en Portugal, una hora después del incidente, ya habían explicado el origen del problema con datos claros y sin rodeos. La diferencia es abismal.
Mientras el Gobierno se perdía en tecnicismos y solemnidades, la ciudadanía hizo lo que sabe hacer cuando todo falla: organizarse. En muchas calles se sacaron los transistores, se compartieron velas, bocadillos, parrillas y hasta música. Familias y vecinos se juntaron en portales, terrazas y aceras, no solo para sobrellevar el apagón, sino para acompañarse frente a la incertidumbre. La sociedad, cada vez más educada en crisis, actuó con más serenidad y sentido común que algunos de sus dirigentes. Porque a estas alturas, la gente ya sabe que la información útil no siempre viene de arriba.
La comunicación institucional no es un trámite. Es una herramienta esencial para gestionar el miedo, ordenar el caos y proteger la reputación pública. En este apagón, lo que más ha fallado no ha sido la energía, ha sido la luz de un mensaje útil, directo y honesto.
Porque en una crisis, comunicar no es hablar. Es resolver.