España, entre la anestesia social y la impunidad política
Vivimos tiempos extraños. Un país que fue cuna de grandes movimientos sociales, hoy parece dormido. Anestesiado. Sumido en una calma artificial donde la indignación se disfraza de sarcasmo en el bar, y la protesta se queda en un tuit o un meme compartido en silencio. Mientras tanto, nuestros dirigentes —con Pedro Sánchez a la cabeza— avanzan sin freno, sin consecuencias tangibles por sus actos.
España se ha convertido en el país de la política del espectáculo, donde el fondo importa menos que la forma y donde los errores se diluyen en la polarización. Lo grave no es solo lo que hacen desde el poder, sino que como sociedad lo estamos permitiendo. Nos han acostumbrado a convivir con la mentira, el cinismo, la improvisación y la corrupción encubierta con gestos de marketing político.
La ciudadanía parece haber perdido el pulso democrático. No hay movilización, no hay exigencia, no hay memoria. Cada nueva polémica borra la anterior. Cada decisión que debiera escandalizarnos —ya sea el desprecio al Parlamento, el uso partidista de las instituciones, o los pactos que rompen los valores fundamentales— se acepta con resignación. Ya no duele. Ya no sorprende. Ya no importa.
Y el precio que estamos pagando es altísimo. La debilidad de todo un país se ha supeditado al egoísmo de un solo hombre empeñado en perpetuarse en el poder. Por mantener su silla, ha entregado las llaves del futuro de España a pactos frágiles y chantajes constantes. Y lo peor es que, mientras tanto, la sociedad permanece inmóvil, resignada a aceptar como «normal» lo que debería ser intolerable.
Los últimos acontecimientos, como el reciente apagón y la especulación informativa lanzada desde el propio Gobierno, son la muestra más clara de que no solo estamos siendo gobernados con desidia, sino también manipulados. Nos dan dosis de incertidumbre y miedo, y nosotros, en vez de reaccionar, miramos hacia otro lado.

Las recientes declaraciones de Pedro Sánchez en el Congreso han sido un ejemplo claro de esta estrategia de confusión. Afirmaciones técnicas, especialmente sobre la energía nuclear, fueron desmontadas una a una por expertos como Alfredo García —@OperadorNuclear—, quien denunció en tiempo real la desinformación vertida por el presidente. Sánchez llegó a insinuar que las centrales nucleares se desconectaron durante el apagón para evitar el sobrecalentamiento de sus núcleos, algo completamente falso que, como explicó García, solo genera miedo infundado en la ciudadanía. Además, resulta incongruente cerrar nuestras centrales mientras dependemos de la estabilidad energética que Francia nos ofrece con sus 57 reactores en marcha. Así, incluso la ciencia y la técnica son víctimas del relato.
La política española se ha convertido en un tablero de ajedrez donde los peones (nosotros) somos fácilmente sacrificables. Y lo más preocupante: nos han convencido de que no se puede cambiar nada. Que protestar no sirve. Que todos son iguales. Ese es el mayor triunfo del sistema: nuestra rendición silenciosa.
¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo esta deriva? ¿Hasta qué punto vamos a seguir siendo espectadores de nuestro propio declive democrático? No podemos permitir que la apatía se imponga. No podemos seguir normalizando lo inaceptable. Porque cuando el pueblo calla, el poder abusa. Y si seguimos anestesiados, lo siguiente que perderemos será la libertad.
Foto: Fernando Sánchez / Europa Press