España se ha convertido, sin quererlo, en una versión institucional de La Isla de las Tentaciones. Un escenario donde lo importante no es gobernar, sino seducir, resistir, manipular, llorar a cámara lenta… y mantenerse una semana más en el “reality”.
Tenemos a un presentador de lujo —Pedro Sánchez— que no sólo conduce la trama, sino que a veces desaparece para volver más fuerte, más guapo y con más filtros que nunca. Porque en esta isla política, lo de menos es la realidad: lo importante es la narrativa.
En un lado de la playa, el PSOE se arropa con sus fieles parejas: Junts, Sumar, ERC, Bildu, PNV… aunque con más cuernos que compromiso. En el otro lado, los tentadores de turno: intereses personales, cuotas de poder, titulares en prensa y esas “recompensas” ministeriales que se ofrecen como collares de inmunidad.
Los celos son el motor del show. Cada partido mira con recelo lo que el otro consigue. Si uno saca una ley, el otro exige un referéndum. Si uno pide indultos, el otro quiere amnistías. Y cuando se enciende la luz de la tentación —una moción, un escándalo o un juez molesto— todos se reúnen en círculo para decidir si siguen en la villa… o si abandonan el juego.
Los “vídeos comprometidos” no faltan. Chats filtrados, audios de Delcy, mensajes de Ábalos… todo sirve para incendiar el plató. Porque en la política española, como en la isla, nada es tan efectivo como una traición bien televisada.
Y luego está el collar de líder. Ese premio que todos quieren llevar al cuello, aunque les cueste la dignidad. Unos se lo cuelgan entre promesas de diálogo. Otros entre insultos calculados. Pero nadie lo suelta, aunque sepan que el público ya ha apagado el televisor.
En La Isla de las Tentaciones siempre llega el día de las hogueras. En Moncloa, también. Cada semana arde algo: una promesa, un socio, una idea. Y no importa. Porque aquí no se viene a gobernar. Se viene a ganar.
Y cuando todo termina, solo queda una pregunta:
¿Quién ha sido fiel a sus principios?
Respuesta corta: nadie.
Respuesta larga: todos a su manera.
Porque, como en todo buen reality, lo importante no es cómo entras…
Sino cómo sales en las encuestas.