Cuando el reflejo revela más que las palabras
En PNL Programación Neurolingüística, el efecto espejo alude a una técnica de conexión: lo que vemos en otros suele ser reflejo —consciente o no— de lo que llevamos dentro. Aplicado a la política, este principio explica por qué una misma declaración puede generar orgullo en unos y cinismo, rabia e impotencia, en otros.
El reciente perdón de Pedro Sánchez por el caso de corrupción de su secretario de Organización, Santos Cerdán, ha proyectado un reflejo doble. Como si el país estuviera frente a un espejo quebrado, cada mitad contempla una imagen distinta. En este artículo, recorremos ambos lados. Porque el verdadero análisis no está en lo que dijo, sino en lo que provocó.
I. El espejo de la indignación
Donde la ciudadanía ya no compra discursos
Para muchos, para la mayoría —sin importar colores o partidos— las palabras de Pedro Sánchez no son un acto de humildad. Son una performance. Un guión. Un teatro, mal ejecutado. Una estrategia más de las muchas que se han usado para que todo cambie sin que nada cambie.
“Pido perdón a la ciudadanía”, ha dicho el presidente. Aunque el eco de su voz llega distorsionado a la calle. Tarde. Muy tarde. Cuando los audios ya habían corrido, cuando los rumores se convertían en pruebas, cuando el país entero intuía que no se trataba de una manzana podrida, sino de todo un árbol completo.
La gente está harta de las puestas en escena. Del gesto solemne que no implica consecuencias. Del perdón que no arrastra responsabilidades. Del político que llora en público, y actúa en privado para mantenerse.
Ya no indigna solo el hecho. Indigna la normalización. La frialdad con que se asume que la corrupción es parte del precio del poder. El silencio de los que debían fiscalizar. El cálculo que lo gobierna todo. Porque, en política, cuando pedir perdón se convierte en una herramienta de control de daños, deja de tener valor.
Y ese cansancio es transversal. Se vota izquierda, derecha o se deja de votar. Aunque el asco es común. Porque cuando se juega con la confianza, lo que se rompe no es el relato: es el vínculo.
II. El espejo de los leales
Donde el perdón se ve como un acto de valor
Frente a la indignación, hay quienes vieron en esa misma rueda de prensa algo inusual. Y valiente.
Pedro Sánchez comparece, da la cara, y no se esconde. Admite el error. Asume el desgaste. Rompe con uno de los suyos. Pide perdón. Y lo hace sin matices.
Para sus fieles, este gesto no es teatro, es política con dignidad. En un país acostumbrado a presidentes que se atrincheran, que niegan la evidencia o culpan a otros, Sánchez aparece como alguien que, pese al coste, hace lo correcto.
La narrativa es clara: no es el único al que han engañado desde dentro, y es de los pocos que lo reconocen públicamente. “El PSOE no debió confiar en él”, dijo. Y ese plural es un nosotros que incluye, que no busca un chivo expiatorio, que limpia la casa sin disimulos.
Para quienes aún creen en su proyecto, este episodio refuerza su liderazgo. Porque un político que se expone así, que asume el error como parte del camino, está a años luz de quienes nunca reconocen nada. El perdón no es debilidad: es coraje.
III. Epílogo – El silencio de los que sostienen
Hay algo que duele más que la corrupción: su sostenibilidad.
Porque el presidente, pese a todo, sigue ahí. No porque haya convencido a la ciudadanía, sino porque sus socios de gobierno se lo permiten. Callan. Firman. Pactan. Y lo sostienen. A cambio de favores, de votos, de privilegios, de cuotas.
En nombre del progreso, se tragan la palabra ética. En nombre de la estabilidad, traicionan la regeneración que prometieron. Ninguno rompe. Ninguno exige. Ninguno se inmuta.
Y ese silencio, esa renuncia colectiva al pudor, dice más de ellos que de la propia oposición. La derecha no gobierna. Y tampoco hace falta: dicen los que se ven distintos, ya que han asumido todas las reglas del juego que vinieron a cambiar.
En el espejo de este país, hoy se reflejan todos. Algunos con lágrimas. Otros con rabia. Muchos con una impotencia que quema. Y demasiados, simplemente, con la anestesia de la indiferencia. Porque para cambiar esto no basta con votar ni con quejarse: habría que parar un país entero. Y ante ese espejo colectivo, lo más inquietante no es la corrupción… sino la duda creciente de si merece la pena luchar, o si solo queda bajar la mirada y seguir cada uno con su vida, como si nada. Como siempre.
Quizá la única salida sea romper el espejo. Porque mientras sigamos mirándonos en él, seguiremos creyendo que esto es lo normal. Y no lo es. España merece otra verdad. Otro rumbo. España, necesita emerger.