«Títulos, verdades y mentiras que pesan más que un máster» a propósito de Noelia Núñez

No hace falta estudiar para valer.
Sí hace falta verdad para gobernar.

A veces confundimos el valor de un título con el valor de una persona. Y eso, en política y en la vida, es un error peligroso.

Ayer dimitía Noelia Núñez, exdiputada del Partido Popular, tras destaparse que había mentido en su currículum. Otra más. Otra historia que debería avergonzarnos como sociedad. No por el hecho de que alguien no tenga una carrera universitaria —eso no deslegitima a nadie—, sino por el propósito de aparentar lo que no se es. Por el gesto de maquillar, inventar, inflar un currículum para parecer más ante los ojos de los demás. Como si eso no nos hiciera, en realidad, mucho menos.

La formación académica es importante, claro que sí. Quien estudia, se esfuerza, aprueba, repite, se levanta y termina una carrera merece reconocimiento. Porque estudiar cuesta. Tiempo, dinero y constancia. Aunque también merece respeto quien no pudo hacerlo. Quien tuvo que trabajar desde los 16, sacar adelante a su familia, reinventarse mil veces. Esa gente también sabe. Y a veces, mucho más de lo que enseñan los manuales.

La sociedad que idolatra los títulos y desprecia los oficios se equivoca. No todo el conocimiento se da en las universidades. También hay sabiduría en la calle, en los talleres, en las manos de quienes madrugan cada día y conocen la vida desde el suelo. Lo que no se puede permitir, lo que no admite matices, es la mentira. Porque la mentira dinamita la confianza, y sin confianza no hay liderazgo ni política posible.

Engañar sobre tu formación, especialmente cuando ocupas un cargo público, no es un detalle menor. Es un síntoma. Y es, sobre todo, una falta de respeto a quienes sí se esforzaron, y a quienes, aun sin títulos, nunca han tenido que inventarse nada para demostrar su valía.

Este no es un artículo contra nadie. Es una reflexión a favor de algo más importante que cualquier diploma: la integridad. Porque la política —y la vida— necesita personas formadas, sí. Y, sobre todo, necesita personas honestas. Que no se inventen méritos. Que no vivan de un escaparate falso. Que no quieran parecer… sino ser.

Esto no va de títulos.
Va de verdades.
Va de coherencia.
Va de no mentir, ni siquiera en lo pequeño.
Va de no fallarle a quienes confían en ti.
Porque al final, los títulos se cuelgan en la pared.

La verdad, en cambio, se lleva en la espalda.
Y pesa. Siempre pesa.

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