Trump, Putin y el intercambio silencioso de Venezuela por Ucrania
La política internacional pocas veces se mueve con comunicados oficiales. Los grandes giros, los que reconfiguran el tablero global, suelen nacer en salones cerrados, en acuerdos que nunca se firman pero que cambian el destino de naciones enteras.
La reunión entre Vladimir Putin y Donald Trump en Alaska ha desatado una oleada de especulaciones. Al día siguiente, Trump dejó entrever que Estados Unidos intervendría en Venezuela. La conclusión parece evidente: ¿Rusia ha entregado Caracas a Washington a cambio de quedarse con Kiev?
Venezuela como moneda de cambio
Venezuela representa para Estados Unidos algo más que petróleo y gas. Es el último bastión visible de influencia rusa, china e iraní en el continente americano. Recuperar su control sería un golpe simbólico y estratégico: significaría que Washington reafirma su doctrina Monroe, “América para los americanos”, en su versión del siglo XXI.
Para Rusia, sin embargo, Venezuela es un aliado periférico. Un socio útil en foros internacionales, un comprador de armamento, un punto de fricción con EE.UU. Aunque no es vital para su supervivencia.
Ucrania: la obsesión de Putin
Ucrania, en cambio, es el corazón de la estrategia rusa. Es frontera, identidad, historia, influencia. Si Trump estuviera dispuesto a reconocer de facto —aunque no de iure— los avances territoriales de Moscú, Putin habría logrado lo que persigue desde 2014: legitimar su control sobre Crimea y el Donbás, y asegurarse que Occidente deje de presionar en ese frente. El coste sería soltar Venezuela. Un precio asumible si la recompensa es consolidar su esfera natural de influencia.
Un nuevo Yalta
El trueque recuerda inevitablemente a Yalta (1945), cuando Roosevelt, Churchill y Stalin se repartieron Europa con mapas sobre la mesa. Hoy no habría mapas ni actas firmadas. Habría gestos, silencios y movimientos militares en direcciones opuestas:
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- Washington en Caracas.
- Moscú en Kiev.
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El resultado sería un nuevo orden tácito, donde cada potencia reconoce el terreno de la otra.
Consecuencias globales
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- Venezuela: pasaría de ser pieza en la órbita rusa a convertirse en escenario de presión directa estadounidense. Maduro quedaría aislado y, probablemente, desplazado.
- Ucrania: vería cómo Occidente se fractura. La UE y la OTAN resistirían aceptar el pacto, pero un EE.UU. liderado por Trump podría imponer la narrativa del pragmatismo: “paz a cambio de realismo”.
- Latinoamérica: el mensaje sería demoledor. Washington vuelve con fuerza. Quien se acerque demasiado a Moscú o Pekín corre el riesgo de ser sacrificado.
- Geopolítica global: Rusia gana profundidad estratégica en Europa. Estados Unidos reafirma su hegemonía en el continente americano. El mundo se reorganiza, no por consensos multilaterales, sino por intercambios bilaterales de poder.
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¿Realpolitik o ficción?
¿Es este escenario inevitable? No necesariamente. La oposición interna en Europa, la resistencia de la OTAN, la capacidad de China de no soltar a Venezuela tan fácilmente, todo ello podría frenar el trueque. Sin embargo, la lógica de las potencias es clara: donde no hay vitalidad, se negocia; donde hay obsesión, se defiende hasta el final. Para Putin, Ucrania es obsesión. Para Trump, Venezuela es vitalidad estratégica.
Conclusión
Lo que se habría cocinado en Alaska no es un simple encuentro. Podría ser el acto fundacional de un nuevo orden bipolar, donde cada líder vuelve a la tradición de las esferas de influencia: “yo domino aquí, tú dominas allá”.
Si este acuerdo se consolida, la historia recordará Alaska no como un lugar helado y remoto, sino como el escenario de un pacto que cambió el mapa del siglo XXI.
Foto: EFE/EPA Gavrill Grigorov/Sputnik/kremlin Pool / Pool Mandatory Credit