La convivencia no se negocia: se construye con respeto mutuo

En los últimos días, la decisión del Ayuntamiento de Jumilla de no incorporar celebraciones religiosas ajenas a su tradición local ha encendido titulares y redes sociales. Para algunos, es una muestra de intolerancia. Sin embargo, es una decisión coherente con algo que a menudo olvidamos: cada sociedad tiene derecho a proteger su identidad cultural, igual que lo hacen tantas naciones en el mundo.

Aquí no estamos hablando de fe, sino de normas.

La convivencia no consiste en que cada uno imponga sus costumbres en el espacio público. Consiste en entender que cuando llegas a un país, llegas también a sus leyes y a sus límites. Y esos límites son los que garantizan que todos —sin importar el origen— vivamos bajo las mismas reglas.

Las fiestas religiosas, sean del signo que sean, pueden celebrarse en entornos privados o comunitarios. Eso no es discriminación, es respeto al marco cultural y legal del lugar que te acoge. Pretender que un país adopte como propias todas las tradiciones de quienes llegan a él no es convivencia: es desdibujar su identidad.

Recordemos, igualmente, que España cuenta con una ley de protección animal que prohíbe, de forma rotunda, cualquier acto que cause sufrimiento o muerte a un animal fuera de los marcos permitidos. Esa ley es clara. No se pliega a la religión, a la cultura ni a las costumbres importadas. Porque cuando la ley empieza a tener excepciones según quién seas o en qué creas, deja de ser justicia para convertirse en privilegio.

A quienes creen que esta postura es un ataque, es necesario trasladar algo desde la calma: la libertad también es elegir dónde vivir. Si un país no ofrece el espacio para practicar determinadas costumbres tal y como uno desea, siempre existe la opción de buscar otro que sí lo haga. Nadie está obligado a quedarse en un lugar que siente ajeno.

Como españoles debemos seguir defendiendo una convivencia basada en el respeto mutuo y en la igualdad ante la ley. Porque igualdad no significa que todo esté permitido para todos, sino que las mismas normas se aplican sin distinción.

Convivir no es decir sí a todo. Convivir es establecer un terreno común donde todos sepamos hasta dónde llega nuestra libertad sin invadir la del otro. Ese terreno se llama respeto. Y, sin él, lo que tenemos no es convivencia, sino una bomba de relojería cultural.

Foto: EFE / Carlos Barba

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