Ninguna persona, incluida el político puede controlar lo que sucederá dentro de nada. Queramos aceptar este hecho o no, las cosas cambian, las personas cambian y la forma de hacer política también cambia. No entender algo tan básico conlleva demasiados quebraderos de cabeza a nuestros políticos.
El panorama político nacional nos aporta infinidad de ejemplos. Uno de ellos corresponde a los acontecimientos vividos por Javier Lacalle, Alcalde de Burgos. No sirven las buenas intenciones. Nadie dudaría que cuando uno decide implicarse en un proyecto de esta envergadura en un entorno social y económico como el que nos encontramos, un alcalde tendrá como principal objetivo la mejora de los servicios en su ciudad. Sin embargo, cuando detrás y de una forma evidente existan intereses de unos y de otros, y a su vez ronda el «fantasma» de corrupción y cohecho, está claro que las buenas intenciones se esfuman por las rendijas del alcantarillado de la ciudad.
Tener demasiado poder emborracha. Y no siempre el poder está en el lado de los políticos. Es el caso de Antonio Miguel Méndez Pozo, constructor y magnate de la comunicación en Castilla y León, dueño del principal periódico local ‘El Diario de Burgos’. No cabe duda que para todo aquel que tiene una empresa su fin es ganar dinero. Nada que objetar si no fuera porque estamos hablando de dinero publico en donde la ciudadanía tiene mucho que decir. «Quitarme a mi para llevártelo tu, pues va a ser que no«. Y precisamente eso es lo que ha estado reclamando Gamonal; independientemente que una servidora no comparta las formas de violencia implementada por un reducido grupo de ciudadanos.
Al final Javier Lacalle no pudo predecir ni controlar que sus propios ciudadanos no le iban a dar vía libre a unos intereses altamente partidistas, que no quiere decir de partido.
Y precisamente aquí damos con uno de los quiebros más habituales en la política. Un político ¿Puede elegir libremente de quien se rodea? ¿Puede tomar decisiones que no vayan alineadas con las directrices del partido? ¿Puede tener iniciativas que marquen un antes y un después en las formas de hacer política? ¿Puede ejecutar una política orientada al ciudadano? ¿Puede escuchar antes de ejecutar por decreto o por interés? ¿Puede anticiparse a posibles situaciones conociendo realmente las necesidades e inquietudes de sus votantes o ciudadanos?
Es evidente que a todas estas preguntas según el prisma con el que lo analicemos estaremos en la balanza del si y del no. Sin embargo lo importante es la persona que hay detrás de ese cargo. ¿Que habilidades y competencias tiene para poder implementar la política que desea en forma y tiempo? ¿En que valores se asientan sus decisiones? ¿Quien es la persona a la que le he otorgado tanto poder aunque haya sido impuesto en una lista? ¿Que va a hacer con el poder que le otorgo? ¿De qué vive antes de llegar a la política?
Así que estimados lectores solo me queda una ultima reflexión: para las próximas elecciones, para la próxima campaña electoral, como no podemos elegir a quien votamos sino a quienes nos imponen, sepamos elegir a la mejor persona con las mejores cualidades independientemente de las siglas políticas.
No podemos controlar lo que sucederá dentro de nada, como bien nos dice Heisenberg y como bien inicié este articulo, queramos aceptar este hecho o no, las cosas cambian, las personas cambian y la forma de hacer política también cambia. Y el político que no entienda la nueva realidad política y no sea capaz de asimilar este cambio a la misma velocidad de vértigo que lo hace la sociedad, quedará fuera antes que después. Y el ciudadano que se quede impasible ante los acontecimientos tendrá tanta responsabilidad como el primero.
Begoña Gozalbes @bego_zalbes